7 siglos de historia a través de los Franciscanos de Bermeo

Cada vez que investigamos sobre la historia de Urdaibai y sus pueblos, nos entra más y más curiosidad sobre cómo sucedieron las cosas y el porqué de otras muchas en la actualidad.

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Empezó a picarnos el gusanillo con el Castro de Arrola, luego os seguimos contando sobre las leyendas (y muchas verdades) que rodean a la isla de Izaro; ahora queremos hablaros sobre las aventuras y desventuras de los franciscanos en Bermeo. Para documentarnos hemos recurrido a dos libros: Historia general de la villa de Bermeo, de Fr. Pedro de Anasagasti (ni qué decir lo interesante que ha sido como bermeanas conocer nuestro pasado) y San Francisco de Bermeo, de Ángel Uribe. A través de ellos, no solo hemos podido apreciar el carácter del pueblo, sino que se podría decir que ha sido una clase magistral de siete siglos de historia desde los ojos de los frailes.

Es difícil resumir siete siglos en menos de 2000 palabras, por lo que nos hemos saltado algunos momentos históricos y hemos decidido dividirlo en dos capítulos. Eso sí, os adelantamos que viajaremos al Bermeo amurallado del s.XIV. El convento se situó fuera de una de sus siete puertas, en la de Ferreras, que daba acceso a la zona donde estaban las ferrerías y los astilleros.

Nuestra intención es dar pequeñas pinceladas sobre la historia de los franciscanos en Bermeo, para que el día que nos visitéis, miréis a vuestro alrededor con otros ojos.

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Un propósito de año nuevo de 50.000 maravedíes

Se podría decir que en enero de 1357, el propósito de año nuevo de los Señores de Bizkaia fue fundar el primer convento masculino de los franciscanos de Bizkaia, en Bermeo, un pueblo perfecto por su vidilla social de alto nivel y sus vínculos con la realeza. Como era de esperar, no escatimaron en gastos para la construcción y además de lo recogido en el monasterio de Albóniga, los señores de Bizkaia dieron 50.000 maravedíes, que en aquella época no era poca cosa. Hasta este punto todo iba rodado, pero entenderéis que nos va el morbillo y lo que nos interesa es la historia convulsa que vino después.

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No todo iba a ser un camino de rosas

Bermeo, además de un pueblo importante, también era muy devoto. A los clérigos que ya estaban tan a gusto en la villa (en la iglesia de Santa Eufemia o la parroquia de NªSª de la Atalaya), no les hizo ni pizca de gracia esta idea de hacer un convento. Y diréis ¿por qué? Cuántos más mejor, ¿no? Como es costumbre en la historia, había una cuestión de dinero, ya que la iglesia vivía de lo que pagaban los ciudadanos por los sacramentos (bodas, bautizos, comuniones…); y cuantos más clérigos hubiera en la villa, menos dinero habría para repartir. Así que, como era previsible, se opusieron a la idea.

80 años de rifirrafes entre clérigos y franciscanos

Esta primera fase es un tira y afloja entre los clérigos asentados en el pueblo y los franciscanos, originando fuertes contratiempos que no dejan a los frailes avanzar en la construcción de su querido templo. Una de las jugarretas más destacadas fue la del cabildo de Bermeo, que envió a 60 personas hasta Roma para pedir que no se construyera el convento.  Tan tozudos fueron, que consiguieron un documento del papa Benedicto XII para demolerlo. Los franciscanos no se quedaron de brazos cruzados y utilizaron su red de influencia para llegar a los reyes de Castilla, a las Juntas Generales de Gernika y a hasta la Santa Sede. Consiguieron demostrar que estaban en su derecho e incluso desde Roma llegó otra bula a favor de la construcción. Otro episodio destacable en este periodo de oposición fueron los violentos ataques de Don Juan de Abendaño para usurpar el monasterio de Albóniga y así entorpecer la construcción del convento. En el ataque se llego a derramar para la causa sangre inocente e incluso la muerte de un familiar suyo, el Padre Fray Pascual de Urquizu. Aunque el ataque no logró su objetivo de parar la construcción, causó importantes retrasos en la edificación del convento.

En 1424, clérigos y frailes firmaron un acuerdo de 23 puntos, que calmó la disputa, aunque durante años siguió habiendo alguna que otra riña.

La construcción de la iglesia y el monasterio siguió con sus problemas, tanto por los enfrentamientos con los clérigos, como por el ataque que recibió el monasterio de Alboniga. Tampoco el dinero que habían aportado los Señores de Bizkaia era suficiente después de tantos jaleos, así que los frailes usaron una de las prácticas que conocían bien: le pidieron al Papa permiso para poder salir a pedir limosna por la zona.

Otra estrategia fue acercarse a las familias poderosas e invitarlas a poner dinero para la construcción a cambio de favores divinos. ¿Qué favores eran estos? Pues detallitos como cantar misas a sus difuntos o enterrar a sus herederos en capillas de la iglesia.

Otra riña, pero esta familiar

Por si no habían tenido suficiente con las peleas, los ataques y la falta de financiación, a esta historia se le añade la pelea entre los propios franciscanos: los observantes y los claustrales. Los claustrales son los que habitaron desde el principio nuestro querido convento; los Observantes son los que en 1422, 65 años después de la fundación del convento de la villa, fundan el de la isla de Izaro. Todo comenzó con los Observantes, que veían a sus hermanos claustrales como unos acomodados, sobre todo en cuanto al tema de vivir en la pobreza absoluta y de seguir la “estricta observancia de la Regla de San Francisco”. Los Observantes se propusieron devolver el espíritu original (más estricto) a través de una reforma: la reforma observante, que consistía en volver a la reclusión, el silencio y alejarse de las poblaciones. La reforma se convirtió en 1489 en asunto de Estado, con el apoyo de los Reyes Católicos, por lo que todos los claustrales del Reino de Castilla se vieron obligados a convertirse a la observancia. A muchos franciscanos no les hizo gracia y hubo conflictos con los que se negaban al cambio. De hecho, el Papa tuvo que intervenir para controlar a los Observantes, que se habían tomado demasiado en serio su tarea de expulsar a los claustrales de sus conventos, violencia incluida.

Bermeo no fue una excepción y los franciscanos claustrales fueron obligados a unirse a la familia de los observantes. Muchos de ellos se negaron y pidieron al Papa Alejandro VI que les devolviera las libertades y privilegios que habían tenido hasta entonces. La respuesta no fue la que ellos esperaban, así que llamaron a la puerta de aliados armados para defenderse de los frailes observantes. En este punto, en 1496 llegó Isabel la Católica y cortó el bacalao sin más discusión expulsando del convento a los claustrales que no quisieron convertirse y pasaron a vivir en él los frailes observantes, de la isla de Izaro. Los rebeldes, indignados, anduvieron apóstatas escandalizando e incordiando a los nuevos huéspedes del convento.

2 siglos indocumentados, hasta otro nuevo siglo de desventuras

Damos un gran salto, porque a partir del s.XVII y hasta finales del s.XVIII no hay mucha documentación, seguramente por alguno de los incendios que sufrió Bermeo (sí, por aquel entonces también había incendios en Bermeo). Llegamos al siglo XIX y siguen las desventuras.

En un contexto movidito y de grandes cambios, de lucha entre el antiguo régimen y el nuevo régimen liberal, los frailes sufrirán en sus carnes las consecuencias de esta inestabilidad. Como hay mucho que contar, hacemos una pequeña introducción y dejamos el meollo para un segundo post, porque tiene tela. Resumiendo, en este periodo los franciscanos tienen que abandonar el convento varias veces. El primero en liarla es Napoleón Bonaparte, quién llega revolucionado (nunca mejor dicho) y plantea regular la iglesia, recortando la cantidad de órdenes por pueblo y obligando a los franciscanos a convertirse en curas (clero secular). Además, el convento pasa a ser residencia de las tropas francesas e incluso inglesas, aliados del ejército español. Al irse los ingleses, tienen la grandísima idea de quemar el edificio, para que no pueda ser utilizado por las tropas invasoras.

Cuando Bonaparte nos abandona, vuelve  el rey del “exilio forzoso”, Fernando VII. A su vuelta pretende reinstaurar el viejo régimen absolutista monárquico (el rey tiene todo el poder), pero las cosas han cambiado mucho durante su ausencia. En España había brotado con fuerza el movimiento liberal (se aprobó la primera constitución, la de Cádiz de 1812), así que a nuestro Fernando VII no le quedó otra que ceder a muchas de sus exigencias, aunque muchas fueran contra sus creencias. Mientras, en Euskadi hay lío; no tardará en estallar la primera guerra Carlista. Los franciscanos, con su mala suerte, no se libran de tantas idas y venidas, echándoles varias veces  del convento, que pasa a manos del ayuntamiento y se convierte en “sitio para todo”: cárcel, cuartel de la guardia civil, mercado, etc. Vamos, que la cosa como ya anticipábamos, tiene material para otro post. Así que, si queréis conocer más sobre las aventuras y desventuras de nuestros franciscanos, tendréis que esperar al siguiente post 😉

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